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lunes, 4 de noviembre de 2019

Prostitución en la cultura Azteca. Las āhuiyani


Prostitución en la cultura Azteca.


Prostitución en la cultura Azteca.   Las āhuiyani

Las āhuiyani


Según algunos registros, era algo común la prostitución en el Imperio Azteca.
Eran conocidas como “āhuiyani”, una forma eufemística de decir “tener lo necesario o estar feliz.
Ejercían al lado de los caminos o en edificios llamados Cihuacalli , en los que la prostitución estaba permitida por las autoridades políticas y religiosas. Cihuacalli es una palabra náhuatl que significa "casa de las mujeres". Las mujeres recibían mercancías usables comodinero  a cambio de favores sexuales.
Las mujeres que ejercían cobraban dinero por ello, no tenían un estatus social elevado, sino todo lo contrario.

miércoles, 13 de marzo de 2019

CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES


CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES

 
CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES

 

Extracto del “Diario que el capitán, don Juan Antonio Hernández ha hecho, de la expedición contra los indios teguelches, en el gobierno del señor don Juan José de Vertiz, gobernador y capitán general de estas Provincias del Río de la Plata, en 1.º de octubre de 1770” De Colección de viajes y expediciones a los campos de Buenos-Aires y a las costas de Patagonia de  Pedro de Angelis



Primeramente, son de estatura, por lo regular, dichos indios mediana, de cuerpo robusto, la cara ancha y abultada, la boca mediana, la nariz roma, los ojos pardos, y sanguinolentos, la frente angosta, los cabellos lacios y gruesos, la cabeza por atrás chata.
Su vestimenta se compone de muchos cueritos de zorrillos, pedazos de león, y otros de venado, los que van ingiriendo, y hacen uno de dos y media varas de largo, que le llaman guavaloca, y nosotros quiapí, con lo que se cubren desde el pescuezo hasta los tobillos, fajándose por la cintura con una soga de cuero de potro, y cuando tienen frío o llueve, lo alzan y quedan tapados.
Las indias gastan quiapí, lo mismo que los indios, con la diferencia de que no lo atan por la cintura, sino por el pescuezo, que lo apuntan con unos punzones de fierro pequeños, teniendo las cabezas de ellos como espejos de plata o de hoja de lata, y desde la cintura un tapa-rabo corto, a medio muslo por delante. Gastan y quieren mucho los abalorios, cuentas de cualesquiera calidad y cascabeles, con los que hacen gargantillas en pescuezo, muñecas y piernas, tanto las mujeres  como los indios. Su comida se reduce a comer yegua, caballo, avestruces, venado y cuanto animal encuentran, pero lo que más apetecen es la yegua, y si se ven afligidos, la comen cruda. Principalmente procuran para almorzar cazar un venado, y apenas lo bolean (pues es su modo de cazar), le agarran de las piernas y le dan contra el suelo un golpe, y dándole un puñetazo en cada costillar, lo degüellan, no permitiendo que le salga sangre alguna, sino que se le vaya introduciendo todo por el garguero, y medio vivo lo abren por entre las piernas, cosa que quepa la mano, y echándole fuera todas las tripas, sacan la asadura entera y se la comen como si estuviera bien guisada, sorbiéndose el cuajo, como si fuera un pocillo de chocolate. El sebo, panza y lebrillo de la vaca lo comen crudo y gustan mucho de ello, de suerte que cuando hacen invasión en nuestras fronteras, no son sentidos, porque como no necesitan de fuego para comer, se introducen con facilidad.
Son sumamente viciosos en toda clase de vicio; son grandes fumadores; el aguardiente lo beben como agua, hasta que se privan enteramente; beben mucho mate, y luego se comen la yerba, y con la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos y sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han hecho; todo lo cantan y otros lloran, que es una confusión oírlos. Luego que se levantan de mañana se van al río o laguna que tienen más inmediata, y se echan unos a los otros gran porción de agua en la cabeza, con lo que se retiran a dormir.
Sus armas, de que usan, son lanzas y bolas, en lo que son muy diestros, y tienen sus coletos y sombreros de cuero de toro, que con dificultad le entra la lanza, y ésta ha de ser de punta de espada: algunos usan cota de malla, pues se contaron hasta nueve. Entre ellos su modo de insultar es al aclarar el día, guardando un gran silencio en su caminata, pues si se les ofrece parar por algún acontecimiento, con un suave silbido para todos, que no se llega a percibir aun entre ellos rumor alguno, y llegando a vista del paraje que van a invadir, pican sus caballos, y a todo correr, metiendo grande estrépito y algazara, no usando formación alguna sino que cada cual va por donde quiere. En cuanto al despojo, el que más encuentra ése más lleva, y al retirarse, llevando la presa, aunque maten a sus mejores amigos o parientes, no vuelven a defenderlos, sino que cada uno procura caminar sin aguardarse unos a los otros, llevando a las indias con ellos para que éstas se hagan dueñas de las poblaciones que invaden, y roben lo que pudieren, mientras ellos pelean.
En cada toldería tienen su adivino, a quien llevan consigo cuando  van a invadir alguna parte, y mientras no están cerca, por las tardes o a la noche, se ponen a adivinar. El modo es clavar todas sus lanzas muy parejamente, y al pie de ellas es que su dueño sentado, poniéndose enmedio, al frente el adivino, y detrás de él todas las indias, y teniendo en la mano dicho adivino un cuchillo, comenzándolo a mover como el que pica carne, entona su canto al que todos responden, y de allí a media hora, poco más o menos, comienza el adivino a suspirar y quejarse fuertemente, torciéndose todo y haciendo mil visajes, siguiendo los demás dicho canto, hasta que allí a un rato, que pega un alarido muy grande, se levantan todos. Preguntándole el cacique, (quien está en la derecha del mencionado adivino, con un machete en la mano) sin mirarlo a la cara, todo lo que él pretende saber, él le va respondiendo lo que le da gana, y esto lo creen tan fuertemente, que no hay razones con que convencerlos, aunque les sale todo nulo; pues están persuadidos que con aquel canto que hacen vieron el gualichu, que así llaman al diablo, y que éste se introduce en el cuerpo del adivino, y les habla por él, revelándole todo lo que quieren saber. Después de concluido le dan a beber un huevo de avestruz crudo, y agua, haciéndole fumar tabaco, que es el regalo que le hacen al gualichu, dándole al adivino vómitos fingidos; y entonces comienzan a gritar todos, y echando fuego al aire, que tienen prevenido, se despiden de dicho gualichu, que dicen sale del cuerpo del adivino, y se retiran a sus toldos.
Sus médicos son como los adivinos, pues estando alguno enfermo, sea del mal que fuese, llaman a la médica, y puesta al pie del enfermo y todos los amigos y parientes en rueda, toma la dicha médica unos cascabeles en la mano y comienza a sonarlos, cantando al mismo tiempo, a lo que todos responden; y de ahí a poco rato comienza a quejarse y torcerse toda con muchos visajes, y comenzando a chupar la parte que al enfermo le duele; está así mucho rato, prosiguiendo los demás cantando. La médica escupe y vuelve a chupar, siendo ésta la medicina que le aplican; y vimos en una ocasión que una gran médica de éstas dejó a la mujer del cacique Lincon, tuerta, de tanto chuparle un ojo, por haberle ocurrido en él un humor; esto lo sobrellevan muy gustosos, en la inteligencia que pende del gualichu.
Las casas o poblaciones son de estacas de tres varas, y cueros de caballos por los lados y techos, que ellos les llaman suca y nosotros toldos. En cada una vive una familia, y en medio de dichos toldos tiene el cacique su habitación, la que no es fija, pues en un paraje viven un mes, en otros quince días o veinte, con cuyo motivo es difícil dar con ellos.
No tienen subordinación a sus caciques, pues cuando quieren, dejan a uno y van a vivir con otro; y si el cacique emprende o tiene que hacer alguna empresa, a todos se lo comunica y cada uno da su parecer.
Cada uno tiene las mujeres que pueda comprar, y viéndose aburrido de ellas las vende a otros; y si llegan a tomar algunas cautivas, luego que llegan a sus toldos se casan con ellas; y si dichas cautivas, mas que sean indias, no van contentas, luego las lancean y las arrojan del caballo, y aunque estén medias vivas, las dejan.
El trabajo de ellos se reduce a tornar yeguas y potros silvestres, cazar zorrillos, leones, tigres y venados, de cuyas pieles hacen las indias quiapís y guasipicuás, y de las plumas de avestruz hacen plumeros, siendo ellas las que todo lo trabajan, pues les dan de comer, cargan las cargas, mudan los toldos y los arman; y aunque las vean los indios, quienes están echados de barriga, no se mueven a ayudarlas en nada; antes sí, si es poco sufrido, se levanta, y con las bolas que nunca las dejan de la cintura, le dan de bolazos, y a esto no llora ni se queja la india.


jueves, 29 de noviembre de 2018

CACIQUE INACAYAL



CACIQUE INACAYAL 


CACIQUE INACAYAL
 
INACAYAL nació hacia 1835 y su nombre es de origen gününa-küne (tehuelche del norte). (ina: del verbo seguir; ka: otro, otra; yal: prole).

Su conducta valió los elogios del Perito Francisco Moreno que lo encontró prisionero en los cuarteles de Palermo, en Buenos Aires, una vez desalojado de sus tierras a orillas del Nahuel Huapi, en 1885. En 1886 consiguió llevarlo a vivir bajo su protección, junto con el cacique Foyel y su familia, al museo de La Plata, donde murió el 24 de septiembre de 1888.
 
CACIQUE INACAYAL
La expedición de Roca se componía de alrededor de 6.000 soldados distribuidos en cinco divisiones dotadas del armamento más avanzado de la época. La arremetida del ejército fue incontenible. Una avalancha de saqueo y despojo inexorables. 
  De acuerdo con la Memoria del Departamento de Guerra y Marina de 1879, el resultado de la expedición en su primer año fue: 5 caciques principales prisioneros; 1 cacique principal muerto (Baigorrita); 1.271 indios de lanza prisioneros; 1.313 indios de lanzas muertos; 10.513 indios de chusma prisioneros; 1.049 indios reducidos.

    A pesar de todo, el indígena combatió con furia desesperada. Grito de desesperación que se manifestó, por ejemplo, el 29 de junio de aquel 1879 cuando 60 araucanos se arrojaron con ira sobre un destacamento militar luego de atravesar el congelado Río Neuquen. Al decir de Juan Carlos Walter, en su obra La conquista del desierto: "la muerte inesperada del jefe originó su retirada, pero no cabe duda que en pleno invierno cruzar un ancho río antes de aclarar, casi en presencia del enemigo montado en pelo y desnudo, es un ejemplo que escapa a los de orden común".

   En 1884 el cacique Namuncurá se rindió con 331 de sus hombres. Pero Sayhueque e Inacayal estaban dispuesto a batallar hasta el fin. En la Memoria del Departamento de Guerra y Marina se afirma que: 
    "...se habían invitado recíprocamente con Sayhueque que estaba en el Norte para unirse y pelear a las tropas hasta morir. Que la vigilancia que se tenía en los toldos era grande, y que ellos no se separaban los hombres más que en reducido número y por pocas horas para bolear, teniendo al propio tiempo el encargo de bombear el campo y cortar rastros en todos los rumbos".

   Al unirse los caciques, acordaron una enérgica resistencia:
  "en Schuniqueparia había tenido lugar un gran parlamento, al que concurrieron Inacayal, Foyel, Chagallo, Salvutia Rayel, Nahuel, PichiCuruhuinca, Cumilao, Huichaimilla, Huenchunecul, Huicaleo y otros caciques en representación de su tribu y Sayhueque con todos sus capitanejos...Que el parlamento se arribó a la conclusión de no entregarse ninguno a las fuerzas del gobierno y de pelear hasta morir, debiendo prestarse recíproco apoyo las tribus entre sí. Que la señal de alarma convenida era prender fuego en los cerros, y que según su número y situación tenían su inteligencia explicativa, cosa que solo era conocida por los caciques..."
    
El 18 de octubre de 1884, rugió la batalla final. Los caciques Inacayal y Foyel atacaron al teniente Insay. Perdieron 30 guerreros y cayeron prisioneros. Conciente de la derrota irreversible, Sayhueque se rindió con 700 de sus guerreros en Junín de los Andes.
 
Junto con sus hermanos, mujeres e hijos, ambos caciques fueron llevados, en 1886, a vivir al Museo de la Plata. El Dr. Moreno, fundador de la institución, intentaba de esta manera retribuirles su hospitalidad.     

"Y un día, cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propíleo de aquel edificio (...), sostenido por dos indios, apareció Inacayal allá arriba, en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur; habló palabras desconocidas y, en el crepusculo, la sombra agobiada de ese viejo señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Inacayal moría, quizas contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria". Clemente Onelli. Fue el 24 de septiembre de 1888.

Cuando al año siguiente se abrieron al público las puertas del Museo de la Plata, Inacayal no era más que una curiosidad etnológica con el Nº 5438. Un siglo despues en 1994, fue enterrado en Tecka, provincia de Chubut. 
 
 
http://www.temakel.com/ghsurchaco.htm
http://64.233.187.104/search?q=cache:_RVs92pHmTcJ:www.patagoniaexpress.com/tecka.htm+CACIQUE+INACAYAL&hl=es


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lunes, 19 de noviembre de 2018

DESCUBRIMIENTO DEL POTOSÍ


DESCUBRIMIENTO DEL POTOSÍ

 

           
DESCUBRIMIENTO DEL POTOSÍ
 EL Inca Huayna Capac, tal vez el más poderoso y sábio de los que produjo la familia real incásica, salió una vez del Cozco, acompañado de un ejército de 30,000 guerreros y se dirigió al Sur, proponiéndose conquistar nuevas comarcas y reinos que agrandasen el poderoso imperio de los hijos del Sol.
            Llegados á el alto Perú, muchas fueron las naciones que voluntariamente se sometieron al vasallaje; conocían perfectamente que eran invencibles las armas de los conquistadores y sabían que del sometimiento voluntario solo les resultarían beneficios.
           
DESCUBRIMIENTO DEL POTOSÍ
En sus excursiones llegó á Tarapaya y después de bañarse en las aguas de la gran laguna sagrada hecha construir por el Inca Maita Capac pasó á situarse en Cantumarca, pueblo que existe aún en las proximidades de la ciudad de Potosí, donde mandaba entonces una reina llamada Colla ó Coilla (Mina de Plata).
            Asegurada con facilidad la soberanía del Inca en la comarca; que era el tal gobernante muy diestro en someter á su capricho las beldades reinantes de los pueblos convecinos, admiró el gran cerro que tenía á su frente, cuya hermosa configuración y las tonalidades multicolores de sus faldas, sombrean á veces caprichosas nubes, dejando ver en lo alto la elevada cúspide coronada de nieves eternas.
            La belleza del cuadro y el significativo nombre de Potoxi, que daban al cerro los naturales y que quiere decir Manantial de plata picó la curiosidad del Inca, que mandó varias expediciones compuestas de vasallos á explorar aquellas cumbres.
            Los naturales avisaron á los expedicionarios que el cerro era sagrado y que no tardaría en manifestar su enojo, porque hubiesen hombres tan audaces que se permitieran escalar sus faldas y averiguar sus secretos.
            Huayna Capac insistió en su orden, haciendo presente que su voluntad y su poder emanaban de Pachacamac y que era hijo del Sol. Estas afirmaciones parecieron tranquilizar un tanto á los naturales de Cantumarca, pero apenas los expedicionarios habían empezado á escalonar las cuestas, una tormenta se formó en la altura y se desencadenaron relámpagos y rayos acompañados de ruidos aterradores que resonaban siniestramente dilatando sus ecos por las hondas cavidades de los cerros.
            La reina Colla aterrada, vino entonces á presencia del Inca y le dijo afectuosamente: «Poderoso señor del gran Imperio, Pachacamac, espíritu del mundo, ha destinado esas riquezas para otra gente llamada Viracocha y te pido no insistas en mandar á las cumbres tus vasallos, pues el Sol dejará de alumbrarnos.»
              

          
DESCUBRIMIENTO DEL POTOSÍ
  Huayna Capac accedió al pedido de la reina y mandando á su gente que volviera, ordenó que ningún indio subiese á la montaña en adelante.
            Pasó mucho tiempo.
            Una tarde el indio Hualpa (Gallo) que no conocía la orden de Huayna Capac, viajaba por las proximidades de Potosí y perdió en esos caminos una llama; púsose á buscarla y le tomó la noche en las solitarias alturas. Resuelto el pobre mozo á seguir buscando su bestia tan pronto como amaneciera el día siguiente, juntó leña y armó una fogata para calentar su cuerpo durante aquella noche que era en exceso fría.
            Cuando el nuevo día empezó á clarear preparóse Hualpa para seguir el rastro de su llama, cuando se apercibió que el fuego había derretido una cantidad de mineral de plata que formaba en el suelo una gran plancha.
            Hualpa encontró su llama y volvió á su casa llevando con sigo la preciada carga y por mucho tiempo conservó el secreto de aquella rica mina; pero los españoles viéndolo poseedor de un mineral cuyo origen ignoraban lo espiaron y lo siguieron á todas partes, llegando por fin á descubrir y apoderarse del secreto del indio.
            Centeno fué el primer español que puso sus pies en el cerro del Potosí, cuya celebridad y riqueza ha llenado el mundo por espacio de tres siglos y mucho nos tememos que el Hualpa de que habla esta leyenda, sea, por su buena y rápida fortuna, aquel Hualpa de Yocalla á quien la tradición le atribuye la gloria de haber hecho construir un puente al Diablo sin que en retribución pudiese el espíritu de las cavernas conquistarse su alma.
FUENTE: Leyendas de los indios Quichuas Filiberto de Oliveira Cézar, 1892

miércoles, 7 de noviembre de 2018

CAHUÍN FIESTA TEHUELCHE


CAHUÍN FIESTA TEHUELCHE
CAHUÍN FIESTA TEHUELCHE

Y en la noche del tiempo sin medida hubo Luz y hubo Creación... Y así nació la Vida, y con ella los hombres... Cuando el sol y la luna ordenaron sus ritmos y el tiempo se midió, los Chónek (hombres) supieron de la noche y el día, del trabajo y el sueño, del dolor y la risa... Y entendieron oir fín la Fiesta, la fiesta dela vida..., la que baila Curruf la que canta Huenu Co , la que vibra sin pausa en todas criaturas...
Desde entonces los viejos dueños de las tierras australes celebraron también la Fiesta, y con ella honraron la Vida, y con ella la gloria del gran Futa Chao, el padre de todo cuanto existe.
Para tehuelches, araucanos y mapuches Fiesta-Vida y Rito están indisolublemnete unidos y acompañan instancias decisivas de su existir. Por eso hay fiesta desde el nacimiento hasta la muerte, y aún más allá...
La primera ocasión festiva en la vida aborigen se da aproximadamente al año, cuando el niño sale de su cuna y se lo encierra en el corralito de caña o quelquel para que ensaye sin peligro sus primeros pasos primerizos... Es el momento del lacutún o ceremonia de imposición del nombre...
El rito marca cuidadosamente cada paso del lectutún el que deberá ser respetado para que el sentido festivo y buen augurio no sufran daño ni disminución... De este modo el padrino es el que se propone como tal, y con plena conciencia de su responsabilidad presente y futura para con su ahijado, elige el nombre del niño y ofrenda el animal para sacrificio divino. Así familiares y amigos se congregan para esta fiesta-ceremonia, e invocan al sagrado Nguenechen en favor de la criatura.
Poco a poco el rito va creciendo en emoción y misterio. La vida nueva tendrá un nombre, pero el nombre debe consagrarse con una ofrenda de vida al Ser Supremo. Por eso, el niño es toda promesa en los brazos del padrino, el sacrificador hunde el cuchillo en el corazón de la víctima propiciadora... y recoge sangre en las cuatro jarras de la intercesión de los viejos. Las vasijas se elevarán al cielo con la misma plegaria: Que "el pequeño sea feliz y viva luengos años"... y los cuatro ancianos de la tribu marcarán, a su turno, cada uno con cuatro cruces de sangre la frente y mejillas del niño y su padrino...
El lacutún ha llegado a su climax: el ahijado tiene un nombre, los taieles cantan su linaje, y lo que es mas importante: la vida se ha consagrado... Por eso ahora la celebración se volverá festín humano, expresión de gozo, banquete de carne del sacrificio, muday, canto y danza... Y luego los días seguirán su ronda.
Pero si es niña..., ¡no puede olvidarse el catán cahuín!. Y entonces lacutún y catán cahuín serán simultaneos o poco más o poco menos... La pequeña indiecita al cumplir el año debe tener su "fiesta de perforación de las orejas" o no podrá usar chahuaitos(aritos), y así no podrá estrenar su primera coquetería de mujer. La fiesta durará dos vueltas de sol, y parientes y amigos se sumarán al acontecimiento: todos participarán en él.
Cuentan quienes lo han visto que se voltea a una yegua de modo que quede con la cabeza señalando hacia el este y se la cubre con una matra de rica labor. Los hombres se ubican en fila a ambos lado del animal, y las muheres en el centro, junto al caballo ceremonial. Sobre él se sienta el padrino, y en sus brazos sostendrá a la niña que ha llegado hasta él luego de haber pasado de brazo en brazo por todos los participantes de la catán cahuín. Entre tanto el ritmo del canto femenino crece y crece... hasta ser grito y quejido lastimero que acompaña el dolor de la indiecita ¡es que las orejitas han sido perforadas con la tepú de buena plata... y se las rocía con sagrado muday !.
Es grito de sangre el de esta ceremonia, porque es rito de familia, de acompañamiento en el sentir... por eso todos acompañan a la niña con su propia sangre: padre y madre reciben pequeñas incisiones: el rodilla el uno en la oreja o el seno la otra, y mezclarán con su sangre las sangre de los lóbulos heridos de su hija... y al resto de los invitados, se les hará un tajito sobre la muñeca... ¿por qué la sangre? ¿para qué? ¿que sacralidad revela?.
Quizás no lo entendemos, pero la sangre si sabe del compartir secreto que es la vida en la vida... y es algo que el aborígen parece haber interpretado desde hace lunas seculares, aunque no sepa o no quiera explicarlo. Pero como sí sabe del compartir, luego que una viejita pase la lanilla del guanaco con vistosos blancos o rojos o azules por los orificios para que no se cierren y pueda lucir con el tiempo la niña sus chahuaítos, también compartirá los regocigos y banquetes... y el tiempo que vendrá, hasta que la catan cahuín sea solo un grato recuerdo del ayer.
Andando los soles y las lunas por fín llega el día en que la pubertad canta su posibilidad de generar nueva vida y con ella viene la ceremonias de la iniciación para los jóvenes... Los varones tendrán sus pruebas de bravura, autodominio y soledad. En las cuevas desafiarán sus miedos y ancestrales a gualichú, probarán ayunos y mortificaciones, harán sus propias flechas y saldrán por bosques, montañas o planicies para medir sus fuerza, y astucia para la cabeza... sólo cuando consigan la presa que habla de valor para subsistir podrán regresar... ¡y la tribu tendrá nuevos hombres para defenderla y perpetuarla!.
Las niñas, entanto, tienen su üllchatún o fiesta de la nubilidad, la que reviste un caracter celebratorio muy especial y gozozo durante cuatro largos días. Ante las primeras manifestaciones del desarrollo se organiza las cuatro jornadas rituales, que comienzan con el aislamiento de la jovencita en la "casa bonita" o ruca de la iniciación. Y mientras todos festejan afuera y danzan y cantan, ella ayuna con agua y jugo de orejones hervidos y se purifica...
¿Piensa? ¿añora? ¿recibe información de las mujeres experimentales que la acompañan? ¡¿cómo saberlo, si es un secreto de iniciación nubil?!. Pero el cuarto día trae también la fiesta para la niña-mujer. Vestida y adornada para la ocasión se la pase sobre una tarima, bailan en su honor en una algarabía de sonidos en que se entremezclan chillidos, gritos, música..., y por fín la llevan a casa paterna. Allí precidirá el sacrificio ritual de la yegua por una mujer, el cuereo por otras mujeres y finalmente: o festín de la carne asada, y las redobladas danzas y canciones... Aue continuarán hasta el silencio arrope el cansancio y los sueños de los fiesteros... y la vida reinicia sus causes habituales, porque ahora hay una mujer para cuidar más su fuego sagrado.
Y así creciendo y madurando los cuerpos y las ansias, un día la urgencia humana agita sus inquietudes porque el amor entona su antigua y eterna canción. ¿Hechizo mágico? ¿voluntad divina? ¿juego seductor de la vida para asegurar la perpetuación de la raza?. Acaso no importen las respuestas en un sentir tán misterioso... Pero ha sucedido y es imposible ocultar su fuerza... Su consecuencia natural será el nguillán zugún o pedido de la mano a la mayor brevedad, no vaya a ser que el alboroto de la sangre debilite la voluntad y se vuelva al campo propicio para que el maligno gualichú y la hechicera de los brujos.
Son los padres los que tramitan el casamiento y acuerdan el pago de los gastos que ha requerido la buena crianza de la novia. Por lo que la familia del novio aporta objetos de plata, animales, y demás, hasta completar el valor establecido para el acontecimiento final... ¿Y se celebran el curritún (casamiento aborigen) ? ¿A que esperar? ¿No se han ido preparando durante todos esos años para este momento?. Los novios se sentarán en matras de vistosos dibujos y colores siempre mirando al este mítico... Y a su alrededor se extenderán cueros curtidos para los alimentos de la fiesta, para los regalos, y para los invitados... Cuando la pareja de los ancianos se ubica frente de los novios el silencio y la emoción domina el entorno: porque en éllos espera el espíritu paternal del divino futachao, porque con ellos habla la voz de una vida... ¡Y la experiencia tiene valor de tesora para las razas de América!.
Luego de los consejos la fiesta irá creciendo más y más... Los recien casados comen su piuque yeguam, que no es sino el corazón asado de un animal del curritún, porque tiene valor simbólico de unión: significa "quedamos en un solo corazón". El alimento debe ingerirse limpiamente y sin ruidos o ... El espíritu diabólico tendrá ocasión para interferir trayendo disgustos a los recien unidos... Sin embargo,pasado el trance de prueba que marca el buen o el mal augurio nupcial, ya nada puede contener el desborde de la alegría. Si hay abundancia de carne sabrosa, vinos, cantos, baile, conjunción festiva, ¿puede el hombre rumiar sus tristezas?.No el aborígen de las tierras del sur...,el que tiene los secretos simples y sabio del ritmo natural... Por eso festeja la unión, de la que vendrá la nueva vida de los hijos y con ellos las ceremonia festiva del al imposición del nombre, de la iniciación puber, del casamiento... y el ciclo de la vida rodrá sus días y sus noches... hasta que la muerte señale el fin del "mas aca" y el principio del "mas allá" con otra vida y con otra vida y con otro tiempo tal vez... El indio sabe que habrá duelo en su tránsito a las sobras... pero aún así canta el ser inmortal, porque confía en que su espíritu desencarnado podrá ver a los que quedaron, y participar en el banquete ritual, que haran los suyos cuando se cumplan el año de su partida...
¿Cabe una mayor exaltación del existir?
Como antes, como siempre, Fiesta-Vida- y Rito siguen viviendo y marcando un sentido para la tierra de los hijos del mito y la esperanza...
 
 
 




jueves, 1 de noviembre de 2018

SIGNIFICADO DE “CHE"

SIGNIFICADO DE “CHE"

SIGNIFICADO DE “CHE"
La palabra CHE significa Gente en los idiomas Quechua, Mapuche y Tehuelche, y significa hombre en Guaraní.       
Los argentinos la utilizamos para llamar la atención: CHE vení. 
El Che es una forma de tuteo o de hablar de vos, o sea una forma familiar, amigable.
Esta palabra que se ha hecho tan común en nuestro país ha llegado a identificarnos en el mundo entero, y sobre todo en América donde nos conocen como "Los Che" y el mejor ejemplo e el "Che Guevara" que equivalía casi a decir el Argentino Guevara.
  

Varios tangos usaron el CHE en sus títulos: "Che bandoneón", "Che papusa, oí", "Che, Mariano", Che, tango, che", "Che, Cipriano".

El duende de tu son, CHE BANDONEON,
se apiada del dolor de los demás
y al estrujar tu fueye dormilón
se arrima al corazón que sufre más.

En este CHE está reflejado todo el cariño, todo el amor que el bandoneón despierta. Por eso Homero Manzi conversa con él en una intimidad donde no cabe ni siquiera el vos, porque el CHE es el más íntimo de los tratamientos.
 
  

Y en "CHE papusa, oí", si bien hay un dejo de reproche en el:
"si entre el lujo del ambiente
hoy te arrastra la corrientes,
mañana te quiero ver"

también hay un tratamiento cariñoso que proviene de este "CHE" misterioso y afectuoso que parece no aceptar ser aplicado en forma
despectiva o maliciosa
  
  

lunes, 29 de enero de 2018

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.


AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Una de las mayores aventuras que involucraron al hombre y al caballo, empezó como muchas de las grandes aventuras de la historia; con una apuesta. Su propulsor era un tímido profesor suizo radicado en Buenos Aires, Aimé Félix Tschiffely, quien cansado de oír que el caballo criollo era denostado por criadores de equinos extranjeros, lanzó un desafío por radio.


AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“El caballo criollo no sólo es más noble que la gran mayoría, sino que es el más resistente del mundo” –dijo el suizo. “Y para probárselo a todos quienes lo desprecian y denostan, voy a ir montado en uno de ellos desde Buenos Aires hasta Nueva York”, remató en tono de desafío.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Loco. Delirante. Farsante. Lunático. Fueron los adjetivos más suaves que recibió Tschiffily de parte de la opinión pública, sobre todo al saberse que el suizo no tenía experiencia ecuestre alguna. Sin embargo, el profesor tenía una firme convicción teórica, y era la que había ido recabando día tras día tras sus enfebrecidas lecturas; esas que lo hacían sentirse orgulloso del país que tan generosamente lo había acogido; más orgulloso incluso que la inmensa mayoría de hipócritas que se inflaban el pecho cantando el himno pero preferían lo extranjero a cualquier producto nacional, incluido el caballo.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“El 23 de abril de 1925, por la mañana temprano, dejé mi hotel de la calle Reconquista (el “Universelle”, que ya no existe) y me dirigí a las instalaciones de la Sociedad Rural, acompañado por mi perro, que parecía husmear el desastre y debió ser atado a un cordel para que me acompañase.  Los inconvenientes comenzaron temprano; los caballos se oponían tenazmente a ser ensillados…”  Así comenzó años más tarde el primer capítulo de sus memorias, Aimé Félix Tschiffely, el protagonista de una hazaña no superada hasta el presente: unir a caballo las tres Américas, recorriendo para ello…. ¡alrededor de 21.500 kilómetros!

Tschiffely contaba entonces, 29 años.  Había nacido en Berna el 7 de mayo de 1895.  

El nacido en Berna, bien había tenido tiempo para ensalzarse con las bondades y costumbres argentinas. Pues, tras haber finalizado sus estudios en Suiza, y luego de una estancia en Inglaterra, Aimé habitó suelo nacional por largo tiempo. Fueron nueve años en los que ofició de profesor de idiomas en el Saint Georges’s College, en el bonaerense partido de Quilmes. Y así fue como los aires provincianos comenzaron a copar su vida…y su imaginación. El mecanismo mental del suizo daba cuerda a un sueño americano, y pronto llegaría el tiempo de poner manos a la obra.

Hasta ese entonces su vida se deslizó dentro de una singular normalidad y tan sólo los paseos de domingo, cabalgando algún caballo del lugar rompían la monotonía de su vida, consagrada enteramente a la enseñanza.  Más, un espíritu emprendedor y dinámico, cual era el suyo, poco tiempo habría de permanecer sujeto a la monótona vida del colegio.  Y así fue generando la idea de “la gran aventura”.

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Después de varias tentativas frustradas, se dirigió una tarde a la redacción del diario “La Nación”, de la Capital, solicitando una entrevista con el doctor Osvaldo Peró, por entonces “técnico, periodista, escultor y sobre todo muy gaucho”, como él mismo lo definió años más tarde.  Por intermedio del doctor Peró, conoció en seguida al doctor Emilio Solanet, amigo y colega de aquél, dueño de la estancia “El Cardal”, cerca de Ayacucho, en la provincia de Buenos Aires.

Ya lo había dicho Tschiffely, y a las pruebas pudo remitirse después: la raza criolla tiene aguante. Se lo demostrarían Mancha, de pelaje overo, y Gato, así bautizado a raíz de su pelaje “gateado”. De 15 y 16 años respectivamente, estos equinos conocían ya largo y tendido de hostilidades: habiendo crecido en la inmensidad de la Patagonia, allí donde el clima resulta poco amigable, su doma era asunto de valientes…y pacientes. Aquella fue la receta de don Emilio Solantet, quien compró los caballos al cacique tehuelche Liempichún para llevárselos consigo a su estancia “El Cardal”. Y así fue como Gato y Mancha dejaron las tierras chubutenses para instalarse en pagos bonaerenses. Lo que no imaginaban era que, para entonces, la aventura recién comenzaba. ¿Quién era ese forastero que tocaba la puerta de don Emilio? ¿Un loco? ¿Un aventurero? Quizá todo eso junto. Pero, por sobre todo, un hombre de convicciones firmes: Tschiffely estaba convencidísimo de la fortaleza casi innata que caracterizaba a los caballos criollos. A fin de cuentas, su origen se hallaba en las cruzas de razas traídas a suelo americano por los conquistadores españoles, y había sido durante el fulgor de la conquista y las posteriores guerras de independencia que se habían esparcido por todo el continente, haciendo uso de su rusticidad y rudeza. Y vaya si sabía de ello el bueno de Solanet, criador y propulsor del reconocimiento de la raza; y por tanto miembro fundador de la Asociación de Caballos Criollos de Argentina. 


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Entusiasta cultor de la crianza del caballo criollo, el doctor Solanet no pudo menos que extrañarse ante el raro pedido suyo:

-¿Adónde quiere ir?…

-A Nueva York, doctor –y de no haber sido por la seriedad del personaje, aquel hombre hubiera tomado a broma lo que se le solicitaba.  Y allí mismo, lo invitó a pasar al corral.

Tschiffely reconocía en el doctor Solanet a una verdadera autoridad en materia equina.  Había seguido toda su actuación en defensa del caballo, recordando que en una charla pronunciada en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, los méritos del “criollo” habían sido largamente ponderados por él.  Expuso allí Solanet que cien, doscientas leguas y más aún, fueron cubiertas durante meses por los bravos caballos criollos durante la Guerra de la Emancipación y, cómo después de cargas victoriosas, su alimentación alcanzó tan sólo a lo que podían encontrar.  Aquellos nobles productos habían soportado el abrasante sol del desierto y los hielos, con verdadero estoicismo y las muestras de esos sacrificios merecieron que el doctor Solanet –en función de cabañero- dedicara ahora todos sus desvelos a criarlos.

Al inicio de la travesía, Mancha (pelaje: overo) y Gato (pelaje: gateado) tenían 15 y 16 años respectivamente. Su carácter era poco amigable. Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. Su propietario, Emilio Solanet, se los había comprado al cacique tehuelche Liempichún en Chubut.

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Domarlos puso a prueba las facultades de varios de los mejores domadores. Cuenta el profesor suizo: “Desde los primeros días advertí una real diferencia entre sus personalidades. Mancha era un excelente perro guardián: estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase… Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder… Gato era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. Cuando descubrió que los corcovos y todo su repertorio de aviesos recursos para arrojarme al suelo fracasaban, se resignó a su destino y tomó las cosas filosóficamente… Mancha dominaba completamente a Gato, que nunca tomaba represalias”.

El amor a su jinete está reflejado en sus cariñosas palabras: “Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho.”

El baqueano y rastreador que se encargó de la compra, selección y arreo de los mismos fue el gaucho Don Reynaldo Rodríguez, quien en sus últimos años vivió en la zona de América, Prov. de Bs. As.


Mancha era overo rosado, manchado.  Gato, como bien su nombre indicaba, gateado.  A Mancha había que reconocerle todos los atributos de un “perro guardián”.  Siempre atento a cuanto a su alrededor ocurría, vivía desconfiando de los extraños y no permitía que otra persona, más que el amo, lo montase.  Gato era muy distinto.  A diferencia de su compañero de morada, no era expresivo.  Por lo contrario, era menos intuitivo, pero más voluntarioso.  Sus ojos poseían una expresión infantil y parecía mirar todo con inusitada sorpresa.  En ambos estaban dadas las dos cualidades: para Mancha, el instinto, suerte de dominación además que imponía sobre Gato; y para éste, una inocente contracción para el trabajo.  Empero, había que reconocerle a Gato, como el mismo Tschiffely lo hizo años después, una rara intuición para pantanos, tembladerales y fango.  El maestro suizo escribió en sus memorias, que si los dos caballos hubiesen tenido la facultad de la voz y la comprensión humanas, hubiera recurrido a Gato para confiarle sus preocupaciones y secretos. Pero si hubiese necesitado ir de fiesta, hubiera preferido invariablemente a Mancha.  Tenía más personalidad que aquél.

Un viejo gaucho inglés, don Edmundo Griffin, propietario de la estancia “La Palma”, cercana a Paysandú, puso a disposición de Tschiffely un cirigote (tipo de silla usado en Entre Ríos).  Esa fue la única montura que usó durante el viaje.  Y completó su atavío con un gran poncho impermeable y un mosquitero, de modo que el peso total no sobrepasara los sesenta kilogramos, teniendo en cuenta que debería usar de carga, indistintamente, a los dos caballos.

En las vacaciones de ese año 1925, Tschiffely se entrenó convenientemente, preparándose para la “excursión”, como el simplemente llamó a su empresa.  Cuando todo estuvo listo, los dos caballos fueron enviados al local de la Sociedad Rural, en Buenos Aires, y allí se alojaron hasta el momento de la partida.  Los comentarios previos de la prensa, mostraron un escepticismo muy singular.  Hasta se lo llegó a acusar de “crueldad” hacia los animales, en conocimiento de lo que se proponía.  Pero a despecho de todas esas acusaciones, el “aventurero” contó con el apoyo de algunos deportistas conocidos y el de la Sociedad “Criadores de Criollo”.

La histórica partida

En la mañana del 25 de abril de aquel lejano 1925, Aimé Félix Tschiffely dejó su alojamiento céntrico y en compañía de un ejemplar de policía belga –el perro iba a ser también de la partida- se dirigió en busca de sus dos “amigos”.  Mas, aquel perro no contó con la inicial simpatía de los caballos, en especial con la de Mancha, quien en el primer día de marcha, le obsequió tan brutal coz en una cadera, que le obligó a quedarse en Buenos Aires.

Montando a Gato, en tanto que el otro animal hacía de carguero, Tschiffely recibió el saludo de muy pocos amigos e inició la marcha, en momentos en que una tenue llovizna comenzó a caer sobre Buenos Aires.

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Esa llovizna se convirtió en lluvia torrencial antes de llegar a Morón y hubo que hacer noche en un boliche de campaña. Los caminos quedaron intransitables y a tren muy lento se dirigió hacia Rosario, donde arribó después de varios días de marcha.  De allí tomó rumbo noroeste, hacia la frontera con Bolivia, debiendo pasar antes por “las desoladas regiones de Santiago del Estero”, por Tucumán, a la que denominó “el edén argentino” y por Jujuy, desde donde tomó por un vasto y profundo valle, orientado directamente hacia el Norte.

Los medios económicos con que contó Tschiffely, fueron propios.  No recibió subvención alguna, que le permitiera pasar siquiera los primeros días de marcha.  Como los preparativos de su viaje insumieron algo más de seis meses, durante ese lapso, todas sus entradas fueron destinadas a solventar económicamente su firme decisión.  Después, durante el viaje y a medida que avanzaban las jornadas de marcha, la cosa resultó más fácil.  En los lugares que detenía su andar, se lo recibía con alimentación adecuada, para él y sus animales y se le proveía el suficiente forraje para que sus cabalgaduras pudieran aguantar al menos un par de semanas.

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Habían pasado varias semanas de azarosa marcha –lluvias, calor y frío acrisolados en un lento derrotero- cuando llegó Tschiffely a la quebrada de Humahuaca.  Y contó de ella, años más tarde, una muy antigua fábula, que oyó de labios de un viejo indio:

“En los tiempos de nuestros viejos antecesores, vivía en un lado del valle una tribu de indios poderosa y próspera y en las laderas de la montaña opuesta, habíase instalado una tribu igualmente fuerte y bien organizada.  La envidia y la ambición los convirtió en enconados enemigos y se libraron entre ambas feroces batallas.  El cacique de una tribu tenía un hijo y su enemigo de la otra tribu, una hermosa muchacha.  Por las noches solían verse.  Pronto despertaron sospechas y un día el padre de la joven envió un mensajero a su rival, amenazándole con ejecutar a su hijo si lo descubría con su hija.  En una ocasión fue descubierto, tomado prisionero y conducido ante el enemigo.  Este ordenó que lo decapitaran en seguida, orden que se cumplió de inmediato.  La cabeza, separada del cuerpo, fue llevada a la muchacha, quien la acarició en un arrebato nervioso.  Según cuenta la leyenda, los ojos de la cabeza, aún tibia, se abrieron y dejaron escapar dos lágrimas.  Desde entonces ese valle se ha llamado Humahuaca, que quiere decir “cabeza que llora”.

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Seis meses, seis, fueron los que demoraron los preparativos para tamaña empresa, aquella que, por cierto, no fue solventada por nadie más que por el propio Tschiffely. Claro que el corredero de voces sobre aquel loco devenido en héroe resultó, a lo largo del viaje, por demás positivo. La fama de este aventurero llegó hasta los periódicos, de modo que no faltaron sitios en los que fuera, junto a sus inseparables equinos, recibido con buena atención y comida. Sin embargo, la historia fue bien distinta al comienzo: montado sobre Gato -ya que Mancha hacía las veces de carguero-, don Aimé apenas fue despedido por un puñado de amigos y una lluvia que sentenció buenos augurios. Así abandonaron la porteña Buenos Aires, y así, bajo un agua que comenzaba a espesar su grosor, se dispusieron a atravesar las pampas. Llegaría luego el turno de enfilarse hacia el noroeste, dejando huella por Santiago de Estero, Tucumán y Jujuy.
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El trío ascendió los Andes argentinos y bolivianos, surcó los desiertos peruanos y se las vio con las nutridas selvas colombianas y panameñas. ¡Y cuánto restaba aún! La delgada América Central: Costa Rica, El Salvador, Guatemala…y bien que podría haber sido Guate peor, ya que las guerras civiles frecuentaban aquellas tierras para entonces. Hasta que, finalmente, don Aimé y compañía se adentraron ensuelo azteca. Y hasta allí llegó el amor y el cuerpito de Gato, quien, lastimado y maltrecho, abandonó la marcha. Tschiffely decide entonces resguardar a su fiel camarada, allí en México, y continuar camino junto a Mancha. Pero… ¿Cuánto más faltaba para alcanzar las luces neoyorquinas? Cada vez menos.
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Y como si de un sueño se tratara, sueño hecho realidad al fin, la Quinta Avenida fue testigo de su arribo. Ocurrió un 20 de septiembre de 1928, a tres años y poco menos de cinco meses de la partida. El suizo y Mancha fueron recibidos por el alcalde Jimmy Walker, quien entregaría al corajudo jinete la medalla de la ciudad de Nueva York. Desde entonces, todo fue reconocimiento. Sin embargo, lejos de olvidar a sus compañeros de ruta, tras tanto agasajo, don Aimé fue en busca de Mancha -quien descansaba en Governors island, en la bahía de Nueva York-, y de Gato -aún en la localidad de St. Louis, México- para que fueran admirados por el mundo en la Exposición Internacional de Caballos, realizada en el Madison Square Garden.

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Aunque bien vale decir que Mancha, Gato y Tschiffely se las han visto fuleras más de una vez. Imagine lo que habrán sido los cruces por la Cordillera de los Andes, con más de 5000m de altura y -18ºC. Y nada de caminos bien marcados eh… ¿Algún terrenito donde campar? Pues ni carpa alcanzó a llevar el suizo, ya que las que se conseguían por aquel entonces resultaban muy pesadas. Claro que el calor extremo también se torna impiadoso. Y luego del frío cordillerano, los cascos de los pobres criollos conocieron la candente arena del trayecto que unía Huarmey con Casma, en Perú, a lo largo de 30 leguas. ¡El termómetro marcaba 52º a la sombra! Sin embargo, nada iría a detener este trío de obstinados. Hasta que, ya en suelo azteca, Gato tiró la toalla. Las coses de una mula que supo llevar atada a su lado le habían herido la rodilla a punto tal de imposibilitar su marcha. Las curaciones que Tschiffely le propició durante un mes no fueron suficientes. Si hasta hubo quien le sugiriera sacrificar a la bestia. ¡De ninguna manera! A través de la embajada argentina, don Aimé envía a Gato por tren al DF y continúa su ruta con Marcha. Eso sí, una vez llegado a la capital mexicana, poco importó el recibimiento de los locales -por cierto,  ya anoticiados de las aventuras de este gaucho loco-.
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El jinete fue derecho al reencuentro de su fiel amigo, a quien abrazó por el cuello. Es más, dicen que dicen, que cuando Gato vio a Mancha lanzó un relincho, de puro contento nomás. Y así siguieron los tres, nuevamente unidos. Solo que la travesía Mexicana se ponía complicada, ya no por obra de la indómita naturaleza; sino por la urbanización. Imposible transitar con dos caballos por las carreteras de Saint Louis, por lo que allí quedó nuevamente Gato, a pasitos de la ansiada meta, y a cuidados de un ricachón muy afecto a los equinos.

Tras dejar los Andes, Tschiffely siguió caminando hacia Bolivia.  De allí pasó a Potosí, el altiplano, hasta llegar a La Paz.  De su andar por Potosí, quedó la referencia hacia los aimaraes, indios de ese lugar, cuyo idioma debe figurar entre los menos musicales de todas las lenguas dado que  parecen hablarlo con el fondo de la garganta y el estómago.

Después de abandonar el lago Titicaca y llegar a su desembocadura, los “tres amigos” se hallaron ante un puente, y luego de cruzarlo, entraron en la República del Perú.  Varias semanas en Cuzco, y luego en Lima, para llegar después a los arenales y desiertos de la costa peruana.  De esos penosos cruces, escribió Tschiffely esta historia:

“Contrariando la práctica de la mayoría de los viajeros de las regiones secas, no llevé agua.  Para mi uso personal disponía de una caramañola de coñac y otra llena de jugo de limón mezclado con sal.  Esta bebida resultaba muy estimulante, pero de sabor tan ingrato que nunca sentí deseos de beber mucho de una sola vez.  En cuanto a los caballos, calculé que la energía que gastarían en transportar agua, sería muy superior al beneficio derivado de beberla, así que sólo la tuvieron cuando llegamos a algún río o poblado.  Creo que mi teoría era sólida; con carga ligera ganábamos en velocidad y evitábamos que los caballos se lastimasen los lomos, porque el agua es la carga más incómoda que un animal puede llevar.  Sólo en raras ocasiones, parecieron mis caballos sufrir algo de sed”.

Al recorrer estas latitudes, el andar se hizo enteramente penoso.  Un día de marcha era compensado con dos de descanso, o tal vez más, a causa de la aridez de los caminos y los constantes desiertos.  Las noches lo sorprenderían pidiendo albergue en calabozos de comisarías, de los que el “infatigable” suizo, anotó frases como esta: “El bueno y patriota ciudadano peruano Pedro Alvarez, sufrió hambre y lloró aquí durante seis meses”.  En otra oportunidad, acampó en un cementerio y de allí, de una de las tumbas que le sirvieron de almohada, registró esto: “Aquí yacen los huesos de XX, que era un buen hombre, pero mal peleador”.

Al llegar a Olmos, después de evitar el desierto de Sechura, pernoctó en otra comisaría.  Las muchas historias que había oído, referidas a bandidos, mortandad y hambre, a pesar de no resultarle nuevas, no las vivió.  Sin embargo –contó años más tarde- la única molestia que soportó durante la noche que pasó en Olmos, fue la de numerosas ratas, una de las cuales le mordió una oreja.

La región montañosa del Ecuador, fue la escala siguiente en el itinerario del maestro.  A esta altura del relato, cabe consignar que la importancia dada por el periodismote nuestro país a la aventura, fue realmente escasa.  Algunos diario solamente se limitaron a reproducir cables de este tenor: “Llegó Tschiffely”, “Partió Tschiffely”, agregando a ello, el nombre del país de donde provenía la información.

Contrariamente con ello, las recepciones en los distintos puntos que tocaba, iban siendo más numerosas a medida que el tiempo transcurría, aumentando la magnitud de su hazaña.

En la región montañosa del Ecuador, conoció Tschiffely la historia de los indios jíbaros, que descarnadamente pintó años después en su libro:

“Habitan en el interior y son de un tipo distinto a los “runas”, que en su mayoría son agricultores o trabajan como albañiles, barrenderos, etc.  A los jíbaros s eles llama a veces “cazadores de cabezas”, pero la mayor parte de las historias que corren acerca de su ferocidad y crueldad es invención de viajeros y escritores que se sirven más de la imaginación que del conocimiento de los hechos.  Cuando el jíbaro mata a un enemigo, dispone de un procedimiento para reducirle la cabeza a un tamaño muy pequeño, sin desfigurar sus rasgos.  He visto cabezas reducidas al tamaño del puño de un hombre y una vez tuve en mis manos, la de una muchacha, la más hermosa que he visto jamás, porque parecía dormida.  Cuando me cansé de llevar tan fúnebre carga, se la regalé a un conocido, lo que no he cesado de lamentar desde entonces”.

Después de abandonar Quito, los “viajeros” cruzaron el Ecuador para llegar  a Colombia y luego a Bogotá.  Insólita aventura significó sortear el “río de los cocodrilos”, incidente tras el cual arribaron a Cartagena.  Desde allí cruzaron el canal de Panamá, a bordo del barco holandés “Crynsson”, diciéndole desde cubierta un temporario adiós a Sudamérica.

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En sus escritos posteriores Aimé Tschiffely ha puesto especial interés en demostrar a todos cómo cruzó el canal de Panamá.  Dos esclusas –Gatún y Pedro Miguel- Cada una tenían una puerta muy grande, al nivel del agua y cuando estaban cerradas, podían pasarse con un automóvil pequeño.  Todas las otras puertas de esclusas tenían caminos por donde los peatones podían caminar sin peligro.  Las de Gatún y Pedro Miguel eran frecuentemente utilizadas por el ejército para pasar caballos.  Por ahí lo hizo, utilizando el “ferryboat”.

Al hacer el cruce del canal, Mancha dio señas de estar sentido en una pata trasera.  Al examinársele, se comprobó que había un corte profundo bajo la cuartilla.  Como al llegar a Gallard el caballo estaba muy rengo, aceptó Tschiffely la hospitalidad del cuartel, permaneciendo allí hasta que Mancha curó.

Con cinchas y estribos nuevos, con alforjas nuevas también y con herraduras relucientes en sus cabalgaduras, el viaje se reinició hacia el oeste, ahora rumbo a Santiago.  Desde ahí pasaron a David y luego a Concepción, para entrar en la zona de los bosques conocidos como el “laberinto verde”.  De esta travesía escribió luego el viajero, con singular patetismo la matanza de los monos, episodio que lo hizo sentir un criminal común por haber participado de él y que lo alejó del típico plato de “mono adobado” que le ofrecieron luego.  Alejarse, claro, hasta que sintió apetito y se lanzó desaforadamente a comer monos, como jamás soñó hacerlo…

San Salvador y Guatemala fueron sucesivos mojones al cabo de meses de marcha.  En esta última, un clavo mal puesto en una herradura de Gato, le provocó un agudo abceso.  Y en Tapachulá, repetidas coces dadas por una mula atada a su lado, le dejó una rodilla imposibilitada para continuar la marcha.  Tschiffely le curó durante un mes, y al cabo se había puesto tan grave que alguien que lo vio, habló de sacrificarlo.  Inmediatamente se comunicó con la Embajada argentina en México y valiéndose de ella, lo envió por tren, continuando solamente con Mancha, que durante días lanzó lamentos por su compañero ausente, muy similares a los que éste había emitido, cuando el tren se puso en marcha camino a ciudad de México.

Para suplir la ausencia de Gato, Tschiffely adquirió dos caballos, los que luego regaló a un guía, antes de llegar a la capital azteca.  Y tras los últimos hitos, que fueron Tehuantepec y Oaxaca, entre las ciudades más importantes, llegaron a ciudad de México.

En México contrajo la fiebre malaria y después de ponerse bien y recorrer varias leguas, un fotógrafo le adelantó una gratísima sorpresa.  Montado en Mancha, no reparó en la multitud que se había dado cita para recibirlo y abriendo el círculo que formaba la gente, corrió hasta dar con un viejo conocido… Era Gato.

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Tschiffely olvidó todos los agasajos en su honor y corrió a abrazarse al cuello del “amigo”, frotándole la frente, tal como lo había hecho durante interminables kilómetros.  Cuando Gato vio a Mancha, lanzó un relincho bajo, abrió sus fosas nasales y movió un poco el belfo superior.  Los dos caballos se unieron, en tanto Tschiffely comprobó que el accidente no le había dejado marca alguna.

La travesía mexicana duró algunas semanas y al cabo de ellas cruzó el puente internacional de Laredo, encaminándose hacia los Estados Unidos.  Los “tres amigos” recorrieron casi al trote Texas, Oklahoma y los Ozarks hasta St. Louis. Allí dejó nuevamente a Gato, dado que era imposible viajar con dos caballos por carreteras de intenso tránsito.  El noble Gato quedó esta vez en poder de un hombre rico y muy afecto a los caballos.

Después de cruzar el río Misisipi, siguieron por Indianápolis, Columbia a través de las montañas Blue Ridge y las llanuras de Cumberland, hasta que una aparición en el horizonte, hizo despertar a Tschiffely de su largo y fatigoso sueño de más de dos años.  Allí, muy cerca, se alzaba la cúpula del Capitolio de Washington.

La idea primitiva del esforzado raidista fue concluir su peregrinaje en Nueva York, pero luego de experimentar dos accidentes con automóviles en los caminos de Washington, donde permaneció unas semanas, resolvió dar por concluida allí su aventura.  Embarcó a Mancha hacia Nueva York y ambos hicieron la travesía en ferryboat.  El caballo quedó alojado en Fort Jay, en Governor’s Island y el jinete aceptó la invitación del Club del Ejército y de la Armada, instalándose allí.  Días después fue recibido en el municipio neoyorkino por el alcalde Jimmy Walker, quien le confirió la medalla de la Ciudad de Nueva York, en una ceremonia a la que asistió el embajador argentino, doctor Manuel E. Malbrán.

“Decidí abandonar una lucha tan despareja con la naturaleza, renunciar al raid y desaparecer, irme a cualquier parte aceptando la razón y los pronósticos de mi fracaso. Pero en esos momentos recordé al doctor Octavio Peró, del que había aceptado una amistad incondicional y al cual había prometido llegar a Nueva York o quedar en el camino, recordé a La Nación, que seguía en sus crónicas la trayectoria de mi raid, comprometiéndose con su apoyo moral y sobreponiéndose a todas las ironías y a las mofas con que acogió mi propósito la mayoría de los periódicos, recordé a Emilio Solanet que me regaló los caballos y que me dijo: Si usted no afloja, mis criollos llegan. Y con todo este bagaje auspicioso de cariño y con la fuerza que desde Buenos Aires me enviaban mis amigos, sentí como si una voz me dijera: Seguí, gringo, levantate. Y seguí, seguí enfermo. Como hipnotizado veía a Nueva York y mis nobles caballos me siguieron”.

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Entrada a New York con la celeste y blanca en el pecho

Y Aimé Félix Tschiffely llegó un día a la Gran Manzana. Fue el 22 de setiembre de 1928; es decir 3 años, 4 meses y 6 días después de su partida. Y lo hizo tras recorrer 21.500 kilómetros marchando a un promedio de 46,2 kilómetros por día y descansando en 504 etapas diferentes.
Pero Félix no llegó a tierra norteamericana con sus dos amigos, ya que el pobre “Gato” tuvo que quedarse varado en México al ser lastimado por la coz de una mula.
Por eso al entrar en Nueva York triunfantes por la Quinta Avenida, el tráfico paró en homenaje al jinete y su caballo, a aquellos amigos que habían recorrido las tres Américas cubriendo una superficie que ningún conquistador español siquiera imaginó. La gente se detuvo en honor a ese animal blanco de manchas oscuras y a ese hombre que llevaba una escarapela celeste y blanca desconocida en el pecho; en honor a ese dúo tan particular que ahora atravesaba la arteria más importante de Manhattan rumbo al Palacio Municipal. Allí los recibió el alcalde Mayor Walker, quien ante el Embajador argentino (el doctor Manuel Malbrán) le entregó a Aimé Félix la Medalla de Oro de la ciudad y desde entonces, desde aquel 20 de septiembre, en toda la Argentina se celebra el Día Nacional del Caballo.

En el lomo habían quedado más de 1200 días y sus respectivas noches; 20 naciones atravesadas y un derrotero digno de su sangre, de su raza. Criollo y argentino, Mancha se abrió paso con moño celeste y blanco sobre su pecho, la condecoración de una hazaña cumplida. Esa que también reclamaba su merecido y triunfal regreso, ocurrido un 19 de diciembre de 1928: “Ahí están Gato y Mancha. Han sufrido más este regreso por mar, que en el largo e inacabable viaje por tierra. ¡Pobrecitos! Me ofrecieron una pequeña fortuna por ellos en los Estados Unidos, pero no los quise vender. Hay una cuestión de moral que es superior a los dólares. Ellos debían ser también partícipes de este homenaje y el descanso que se merecen, deben tenerlo aquí, en la Argentina” ¿Qué cómo habría de titular el diario Crítica estas declaraciones? “¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.

Luego de los agasajos que le brindaron en Nueva York, Tschiffely se dirigió en busca de Mancha y posteriormente de Gato que estaba en St. Louis, permitiendo que ambos ejemplares fueran exhibidos durante diez días en la Exposición Internacional de Caballos, que se realizó en el Madison Square Garden.

De regreso a Washington, el presidente Calvin Coolidge le confirió el honor de recibirlo en la Casa Blanca.  En su transcurso, le felicitó por el buen éxito de tan singular hazaña y el dejó en manos del primer ciudadano estadounidense unas hermosas boleadoras en nombre del Club de Oficiales Retirados del Ejército y la Armada argentinos.

La fortuita causa de ser invitado por la Sociedad Geográfica Nacional (National Geographic) para pronunciar una conferencia en Washington sobre su viaje, salvó la vida de Tschiffely, Gato y Mancha.  Puesto que al demorarse la partida hacia Buenos Aires, despreció tomar pasaje en el “Vestris”, que días más tarde provocara con su naufragio, la muerte de más de cien personas.

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Por un momento dejamos las andanzas del “gaucho” Tschiffely en Estados Unidos, para explicar cómo se recibió la noticia en nuestro país.  En sus ejemplares del jueves 30 de agosto de 1928, “Crítica” titulaba: “Mancha y Gato han terminado su viaje”.  Y en la misma edición del “Tábano”, en la cual se comentaba que el doctor Marcelino Ugarte volvía a alejarse de la política, por prescripción médica; que en el Teatro Nuevo de la calle Corrientes (Actualmente en dicho predio se halla el Teatro Gral. San Martín), Roberto Casaux ofrecía el estreno de “No se jubile, Don Pancho” y que Pascual Contursi había sido internado de gravedad en un sanatorio metropolitano, en esa misma edición, pudo leerse: “Tschiffely dijo al llegar, una sentencia que fue definitiva: Sólo el caballo criollo podía resistir esta prueba”.

Las declaraciones de Timoteo Usher, vocal de la Asociación de Criadores de Criollo, se publicaron al día siguiente:

“El caballo criollo come cualquier clase de pasto, no necesita de granos seleccionados como los caballos extranjeros y resiste sin cuidados las amenazas del campo.  Tschiffely lo ha demostrado con las descripciones que nos hace de sus largas incursiones por insanos lodazales, el accidentado cruce de los ríos, las terribles odiseas por los bosques tropicales, el ataque de insectos dañinos, la potencia del sol meridional y el frío atenaceante de las cumbres andinas.  Todo coopera a darnos la sensación de la heroica hazaña”.

El 1º de diciembre de 1928, los “tres camaradas” embarcaron en el paquebote “Pan America”, de la línea Munson –hubo una deferencia especial hacia ellos y por primera vez viajaron animales en el paquebote- rumbo a Buenos Aires. Tocaron Río, Santos y Montevideo en sucesivas escalas, hasta que por fin, el miércoles 19 de setiembre, a las 12.30 hs, el poco público que se congregó en la Dársena Norte de nuestro puerto, pudo vitorear el nombre de Tschiffely, cuando éste asomó sobre la planchada del “Pan America”.  Lidia M. Schneider, admirable jinete de aquellos años, se adelantó para entregarle un ramo de flores.  Seguidamente una comisión de la Sociedad Rural Argentina y otra de la Sociedad de Retirados del Ejército le testimoniaron su admiración:

“Si me dieran mil millones no vuelvo a repetir el viaje.  He recorrido unas 10.000 millas.  Se sufre enormemente debido a la falta de alimentación y a los pésimos alimentos que uno encuentra en el trayecto.  Yo tengo el estómago deshecho. Gato y Mancha no tienen vejiguillas ni sobrehuesos.  Este triunfo es de la capacidad del caballo criollo y también, si se me permite, el del carácter”, expuso en breve reportaje.  Luego prosiguió diciendo:

“Soy cervecero, es decir de la patria chica de Victorio Cámpolo, de Quilmes.  Estoy sumamente satisfecho, aunque a veces, pienso si no sería todo un sueño, dada la diversidad de impresiones que he recogido durante el raid.  Ahí están Gato y Mancha.  Han sufrido más este regreso por mar, que en el largo e inacabable viaje por tierra.  ¡Pobrecitos!  Me ofrecieron una pequeña fortuna por ellos en los Estados Unidos, pero no los quise vender.  Hay una cuestión de moral que es superior a los dólares.  Ellos debían ser también partícipes de este homenaje y el descanso que se merecen, deben tenerlo aquí, en la Argentina”.  Cómo no iba a titular “Crítica” estas declaraciones: “¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.

En cuanto terminaron las recepciones oficiales y amistosas, el doctor Emilio Solanet llevó a los caballos a sus pagos de Ayacucho.  Alguien propuso dejarlos en el Jardín Zoológico de la Capital, donde la gente pudiera desfilar ante ellos, pero Tschiffely se opuso, considerando que era mucho mejor y más humanitario, permitirles que pasaran los últimos años de vida en “El Cardal”.  Y allí marcharon, donde permanecieron el resto de sus vidas. Mancha y Gato dirían adiós a los 40 y 36 años de edad, respectivamente. Aunque con un pasaje a la inmortalidad bien ganado. Sus cuerpos, hoy embalsamados, pueden visitarse en el Museo de Transportes del Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo, en la ciudad de Luján. Sí, sí. Recuerda bien, allí donde recaló un famoso virrey en fuga. Sólo que Gato y Mancha lejos han estado de cobardía alguna. Lo suyo ha sido la valentía, ese designio de sangre criolla que han cumplido con creces

Aimé Tschiffely partió poco después para Europa y luego de recorrerla en todas direcciones, escribió varios libros.

El 21 de diciembre de 1933 se casó con Violeta Hume, nacida en Buenos Aires, de ascendencia escocesa-francesa, gran música.  “Un día – dice Tschiffly- Robert Cunninghame Graham me la presentó en una fiesta, habían sido amigos durante muchos años”.

Llegó a convertirse en autor de éxito, fueron obras suyas: “De Tschiffely Ride or The Ride o Cruz del Sur a la Estrella Polar” (1933); “Brida Caminos: la historia de un viaje a través de la Inglaterra rural”  (1936) Viaja a través de Gran Bretaña a caballo, una mirada poética a una Gran Bretaña desaparecida; “Don Roberto: La vida de R B Cuninghame Graham” (1937); “Coricancha (jardín de oro) Descubrimiento del Perú y de la conquista del imperio Inca” (1943); “Este camino hacia el sur”  (1945), narra el viaje en coche hasta la Tierra del Fuego y el emotivo reencuentro con sus dos caballos Mancha y Gato; “Ming y Ping” (1948); “La historia de dos caballos” (1949). La historia del viaje desde el punto de vista de sus dos caballos, Mancha y Gato. “Matt Cass - la historia de un hombre del norte” (1953); “Bohemia Junction”(1951). Una biografía de 40 años de viajes y aventuras; Ronda y cerca de España” (1952)

Volvió a la Argentina luego de 18 años de ausencia y una de sus primeras visitas la hizo a la estancia “El Cardal”.  No es difícil de imaginar el nudo en la garganta que habrá experimentado el suizo al llegar hasta Ayacucho, ese nudo que le ataba en la voz el miedo y la esperanza. Entonces Félix se baja en la entrada de “El Cardal”, ve la llanura infinita y desde la tranquera y como si llamara a fantasmas, lanza un silbido, el mismo con el que los llamaba a sus potros que pastaban en la madrugada para seguir viaje rumbo a Nueva York. Y hete aquí que a los pocos segundos y como desprendidos de la nada o de algún pedazo del horizonte que no es la región borrosa del olvido, se le acercaron al trote dos siluetas de caballos que luego empezaron a correr hacia el jinete: eran “Gato” y “Mancha” que iban al encuentro de su querido amigo. Aquellos nobles animales después de muchísimos años no lo habían olvidado.

Fue la última vez que se vieron, porque al poco tiempo el “gaucho Tschiffely” regresó a Europa.  En la segunda guerra mundial fue voluntario de la defensa y luchó en Londres.  Cuando cesó la contienda, se fue a una casita de las afueras de la ciudad y allí escribió dos libros más: el relato de su aventura por América y una biografía de su amigo Robert Cunninghan Graham, “don Roberto”, como lo llamaban cariñosamente los paisanos, otro enamorado de esta tierra, cuyo cariño por ella le llevó a escribir sobre la Argentina páginas llenas de vida y colorido.  El mismo Cunningham que después de varias décadas de ausencia quiso conocer a Gato y a Mancha y que viajó hasta “su querencia”, como solía llamar cariñosamente a la Argentina, trayendo desde Escocia dos bolsitas de avena.  La muerte lo sorprendió aquí y al ser conducidos sus restos a bordo para ser repatriados, Gato y Mancha lo acompañaron.  Desde entonces, descansa en la abadía de Menteith.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Gato murió en 1944, a los 35 años de edad.  Mancha lo sobrevivió tres años más, hasta el 24 de diciembre de 1947.  Los dos “amigos” de Tschiffely están ahora en el Pabellón de Transportes del Museo de Luján. Gato conserva la montura de aquella memorable travesía y mancha los arreos de carga.  A ambos lados de la vitrina que los guarda, puede leerse: “Gato y Mancha – Estos famosos caballos criollos, realizaron en 1925 la memorable marcha Buenos Aires-Nueva York.”

El doctor Emilio Solanet ordenó su embalsamamiento, tarea que efectuó el taxidermista del Museo de la Plata, doctor Ernesto Echevarría con su ayudante Emilio Risso.  Frente a la enorme vitrina que los expone hoy a la admiración del público, se observa un óleo de Luis Cordiviola, reproduciendo sus figuras en el medio de la pampa.

El 5 de enero de 1954, un cable trajo la noticia desde Europa: “En una clínica londinense, víctima de una afección renal, murió Aimé Tschiffely”.  En efecto, diez días antes de la Navidad de 1953, Aimé Tschiffely se dirigió al hospital de Mile End en Londres para realizarse una intervención quirúrgica menor, muriendo inesperadamente debido a una complicación surgida durante la operación.  Inmediatamente se integró una comisión con Carlos A. Hogan, entonces ministro de Agricultura y Ganadería de la nación, el Dr. Antonio J. Benítez, presidente de la Cámara de Diputados y los señores Luis Lacey, Justo P. Sáenz y Emilio Solanet, para lograr que sus cenizas reposaran en la Argentina.  Sus deudos aceptaron el ofrecimiento y el 13 de noviembre de ese mismo año, la urna pequeña, portadora de las cenizas, de aquel suizo enamorado de nuestras pampas, marchó por las calles de Buenos Aires en ancas de un caballo gateado, llevado de tiro por el jinete Jorge Molina Salas.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
La caravana encabezada por el teniente 1º Tiburcio Aldao, e integrada por motociclistas del cuerpo de cadetes de la Escuela de Policía, cadetes del Colegio Militar, charanga de la policía montada, abanderado con su escolta, paisanos con lanzas de caña tacuara en la diestra, la comitiva oficial a caballo, representantes de clubes hípicos, miembros de agrupaciones tradicionalistas, jinetes y motociclistas de la sección Tránsito, partió desde la plaza Intendente Seeber, en el parque Tres de Febrero, tomando por avenida del Libertador hasta Junín y desde allí se dirigió hacia la Recoleta.

Un toque de atención llamó a silencio, y el ministro Hogan dijo entre otras cosas: “..El dilatado y dificultoso peregrinaje de Tschiffely, montado indistintamente en esos dos caballos criollos, tuvo, además, otra característica que se ha señalado y exaltado con justicia.  Aquella proeza sirvió para demostrar las condiciones inigualables de resistencia, sobriedad y adaptación que distinguen a esa raza equina, protagonistas principales, con su jinete, de tan extraordinaria hazaña, como lo fueron en la gran aventura de la conquista, en las luchas de la emancipación y en las campañas del desierto…”.

Tras los discursos se hizo un breve silencio frente a la tumba, donde formaron guardia de honor los Granaderos a caballo y luego se depositó la urna, colocándose una placa.

Dice Hernán Ceres: “Cada vez que las circunstancias me llevan al viejo cementerio de la Recoleta, me detengo frente al sitio donde descansa de sus largos viajes Aimé Félix Tschiffely..  Mientras pienso en la grandeza de su hazaña, me parece oír desde lejos frases de una composición de Cunningham Graham, idealizando un paraíso equino, en donde los “tres amigos” han vuelto a reunirse y “…donde todo será dulce, sano e inocente, para que a la sombra de algún celestial ombú, frondoso y ancho, en las horas de la siesta dormiten juntos y de cuando en cuando comenten –porque entonces habrá caído la barrera del lenguaje- los incidentes de su azaroso viaje por el suelo de las Tres Américas”.

Las cenizas de Tschiffely permanecieron en el cementerio de la Recoleta hasta 1998, cuando fueron llevadas a “El Cardal” y depositadas en un sencillo monumento.  Y allí descansan los tres, juntos otra vez, seguramente imaginando nuevos viajes.

Día Nacional del Caballo

En 1999 el Congreso de la Nación Argentina aprobó una ley declarando Día Nacional del Caballo cada 20 de setiembre, en conmemoración a la histórica jornada del año 1828 en que Tschiffely, arribó a la ciudad de Nueva York, dando fin a su increíble travesía.

Hoy, se encuentran embalsamados, en exposición en el Museo de Lujan. Aimé Félix Tschiffely murió el 5 de enero de 1954 y su último viaje lo realizó el 22 de Febrero de 1998, cuando sus cenizas abandonaron el cementerio de la Recoleta y fueron sepultadas en el campo que su amigo Solanet tenía en Ayacucho. Su libro mas famoso fue Tschiffely's Ride (1933), en cual escribe sus aventuras para llegar a los Estados Unidos, por tierra.

En conmemoración de la fecha en que los nobles caballos Mancha y Gato , entraron en la Ciudad de Nueva York, el Honorable Senado de la Nación Argentina y la Cámara de diputados, han designado el día 20 de septiembre de cada año como el Día Nacional del Caballo . Y finalmente, otro dato que se suma a la historia, es que en el Museo Almirante Brown hay un libro que lleva la firma de Emilio Solanet, y que está dedicado a esa institución cultural quilmeña.

Fuente
Affolter, Benno – Sitio oficial de Aimé Tschiffely
Ceres, Hernán – De Palermo a la Casa Blanca.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández Alt, Mariano – Tschifelly, Mancha y Gato: Tres amigos inseparables.
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
Tschiffely, Aimé Félix – Long Rider
Affolter, Benno  Tschiffely Biografía. Suiza 
 http://www.thelongridersguild.com/Heroes.htm
 http://www.aimetschiffely.org/welcome.htm
 http://www.abchoy.com.a


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