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jueves, 7 de marzo de 2019

PACTO DE LAS CATACUMBAS


PACTO DE LAS CATACUMBAS

PACTO DE LAS CATACUMBAS
Durante el CONCILIO VATICANO II (1962-1965) un grupo de obispos, principalmente de América Latina, liderados por Helder Cámara, se reunían periódicamente para reflexionar sobre el lema de la Iglesia de los pobres que Juan XXIII había propuesto para el concilio. Les motivaba a ello un deseo de fidelidad al Jesús pobre de Nazaret y también el testimonio del sacerdote  Paul Gauthier y de la carmelita Marie Thérèse Lescase que trabajaban como obreros en Nazaret.
Tras un largo tiempo de diálogo y discusiones, pocos días antes de la clausura del Vaticano II, el 16 de noviembre de 1965, 40 obispos se reunieron en las Catacumbas de Santa Domitila de Roma para celebrar la eucaristía y firmar un compromiso, el llamado Pacto de las Catacumbas, al que se adhirieron otros 500 obispos del concilio.
En este Pacto, los obispos, conscientes de sus deficiencias en su vida de pobreza, con humildad pero también con toda determinación y toda la fuerza que Dios les quiere dar, se comprometen a 13 decisiones.

PACTO DE LAS CATACUMBAS

Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:

1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.

2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.

3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.

4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.

5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.

6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).

7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.

8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.

9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.

10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.

11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la humanidad― nos comprometemos a: 

-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.

12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.

13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.

Que Dios nos ayude a ser fieles

Entre los firmantes del pacto que se han revelado se encuentran los siguientes:1467
De Brasil
·         Dom Antônio Batista Fragoso, obispo de Crateús, Ceara
·         Don Francisco Austregésilo de Mesquita Filho, obispo de Afogados da Ingazeira, Pernambuco
·         Dom João Batista da Mota e Albuquerque, arzobispo de Vitória
·         P. Luiz Gonzaga Fernandes, que había de ser consagrado obispo auxiliar de Vitória
·         Dom Jorge Marcos de Oliveira, obispo de Santo André, São Paulo
·         Dom Helder Camara, obispo de Recife
·         Dom Henrique Hector Golland Trindade, OFM, arzobispo de Botucatu, São Paulo
·         Dom José Maria Pires, arzobispo de Paraíba
De Colombia
·         Mons. Tulio Botero Salazar, arzobispo de Medellín
·         Mons. Antonio Medina Medina, obispo auxiliar de Medellín
·         Mons. Aníbal Muñoz Duque, obispo de Nueva Pamplona
·         Mons. Raúl Zambrano de Facatativá
·         Mons. Angelo Cuniberti, vicario apostólico de Florencia
De Argentina
·         Mons. Alberto Devoto, obispo de Goya
·         Mons. Vicente Faustino Zazpe, obispo de Rafaela
·         Mons. Juan José Iriarte, obispo de Reconquista
·         Mons. Enrique Angelelli, obispo auxiliar de Córdoba
De otros países de América Latina
·         Mons. Alfredo Viola, obispo de Salto, Uruguay
·         Mons. Marcelo Mendiharat, obispo auxiliar de Salto, Uruguay
·         Mons. Manuel Larraín Errázuriz, obispo de Talca, Chile
·         Mons. Marcos Gregorio McGrath, obispo de Santiago de Veraguas, más tarde arzobispo de la arquidiócesis de Panamá, Panamá
·         Mons. Leonidas Eduardo Proaño Villalba, obispo de Riobamba, Ecuador
·         Mons. Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, Morelos, México
De Francia
·         Mons. Guy Marie Riobé, obispo de Orleans
·         Mons. Gérard-Maurice Eugène Huyghe, obispo de Arras
·         Mons. Adrien Gand, obispo auxiliar de Lille
De otros países de Europa
·         Mons. Charles-Marie Himmer, obispo de Tournai, Bélgica
·         Mons. Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia, España
·         Mons. Julius Angerhausen, obispo auxiliar de Essen, Alemania
·         Mons. Luigi Betazzi, obispo auxiliar de Bolonia, Italia
De África
·         Dom Bernard Yago, arzobispo de Abidjan, Costa de Marfil
·         Mons. Joseph Blomjous, obispo de Mwanza, Tanzania
·         Mons. Georges-Louis Mercier, obispo de Laghouat, Argelia
De Asia y América del Norte
·         Mons. Máximo V Hakim, arzobispo melquita de Acre, Israel
·         Mons. Grégoire Haddad, obispo melquita, auxiliar de Beirut, Líbano
·         Mons. Gérard Marie Coderre, obispo de Saint Jean de Quebec, Canadá
·         Mons. Charles Joseph van Melckebeke, de origen belga, obispo de Yinchuan, Ningxia, China


viernes, 16 de noviembre de 2018

PESTE NEGRA: LA GRAN EPIDEMIA


PESTE NEGRA: LA GRAN EPIDEMIA
PESTE NEGRA: LA GRAN EPIDEMIA
Conocemos con el nombre de Peste Negra, a la gran epidemia que desde 1347 a 1350 azotó a casi todo el continente europeo. A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos que producía, se trató de una epidemia de Peste Bubónica. Para algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, y la neumónica, que producía inflamación pulmonar. Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales.
 

En muchos sitios el ánimo de penitencia fue llevado al extremo. El movimiento flagelador creció en popularidad: los hombres, con los torsos desnudos, se fustigaban con látigos en señal evidente de humildad frente al juicio divino. Debido a que el movimiento ganó adeptos y como funcionaba al margen de la iglesia establecida fue desautorizado por el papado. En respuesta a esta corriente de algunos coetáneos, enfrentados a esta enfermedad impredecible e indiscriminada, donde los virtuosos no eran más inmunes a la muerte repentina que los impíos, fue vivir la vida, o lo que quedaba de ella, al límite. El Decamerón de Boccaccio es una demostración, en forma de serie de historias contadas por supervivientes exilados de la peste en Florencia, cuyos brillantes e impúdicos contenidos son un antídoto al miedo a la muerte inminente. Para aquellos que buscaban una explicación fácil de la expansión de la enfermedad, los culpables eran los habituales proscritos de la sociedad. En muchas zonas, los mendigos y pobres fueron acusados de contaminar al pueblo llano. En aquellas partes de Europa donde los judíos eran tolerados la violencia popular se volvió contra ellos. En diversas zonas del Sacro Imperio Romano Germánico y algunas ciudades suizas hubo masacres de judíos, acusados de envenenar los pozos, crimen que muchos confesaron bajo tortura. En una primera forma de guerra bacteriológica, ejércitos de apestados intentaban capturar las fortalezas enemigas catapultando los cadáveres dentro de la ciudadela para infectar a los sitiados.


Todo induce a pensar que la epidemia provenía de Asia, probablemente de la India, y que llegó a Europa como consecuencia de los contactos comerciales que las grandes potencias mercantiles de Italia sostenían con el próximo oriente. Hay quien afirma que fue la tripulación de un navío genovés, la que habiéndose contagiado en Kaffa (Crimea), introdujo la enfermedad en el occidente europeo. Desde Italia, la peste alcanzó en 1348 la Provenza, el Languedoc, La Corone de Aragón, Castilla, Francia y el centro de Europa. En los años siguientes (1349 – 1350), se extendió por Inglaterra, el norte de Europa y Escandinavia. Sólo regiones muy concretas pudieron escaparse total o parcialmente a sus devastadores efectos: Los Países Bajos, el Béarn, Franconia, Bohemia, y Hungría.


El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico. En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.

Hoy por hoy, si bien todos los historiadores aceptan que la peste negra tuvo consecuencias a todas luces evidentes, no existe, sin embargo, unanimidad en el momento de señalar su importancia como forjadora de la profunda crisis económica y social que padeció Occidente a finales de la Edad Media. Es decir, si bien ciertos autores han creído ver en la peste el acontecimiento que mejor explica dicha crisis, otros, por el contrario, han reaccionado contra esta teoría que podríamos calificar de catastrófica.

Sin embargo estudios recientes ponen de manifiesto que las consecuencias mas importantes de la gran crisis agraria, (abandono de las granjas, disminución de las rentas agrarias, caída de los precios agrícolas,) generales en toda Europa fueron el resultado de la peste. En Alemania, fue la peste la que ocasionó que en algunos lugares entre 1348 y 1352, el 66% de las explotaciones agrícolas hubiesen perdido a sus antiguos dueños y que solo el 17% mantuviesen el mismo. Esta fuera de toda duda que solo la peste de 1348 – 1349 ha podido provocar tales cambios. Sin embargo, junto a los efectos directos de la epidemia, hay que valorar los indirectos. El abandono de las explotaciones agrarias afectó primordialmente a aquellas que se encontraban aisladas o en las montañas. Si tenemos en cuenta que no es posible acusar a la peste de haber dejado sentir sus peores zarpazos en regiones apartadas, habrá que admitir que fueron las migraciones hacia el valle y hacia las tierras mejores, despobladas debido a la peste, las que provocaron la despoblación de extensas zonas montañosas.
 

El hecho de que en Rusia, la peste negra hubiese ido precedida de diversas catástrofes (heladas, graves epidemias, sequías e inundaciones) haría que sus consecuencias se dejaran sentir con una virulencia excepcional.

Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro. Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica. Este fue sin duda el medio mayor de difusión.


Un dato al respecto es que desde 1300 hasta 1528, la población de Hungría pasó de dos millones de habitantes a mas de tres y medio. Ello se debió a que la peste no fue precedida por el hambre, a que el país no tenía puertos marítimos (lo que hacia mas difícil el contagio), y a que la población Húngara perteneciese al tipo de sangre "B" que es mas resistente que el "A".

A mediados de 1348, la peste Negra amenazó el reino de Castilla, donde, a consecuencia del contagio falleció el propio monarca Alfonso XI cuando se hallaba sitiando la plaza de Gibraltar.


Para hacer frente a los efectos devastadores en la economía y el orden social de la Peste en el reino de Castilla, Pedro I reunió cortes en Valladolid en el año de 1351, una de las consecuencias del retroceso demográfico fue como es natural, el aumento de los precios y las reivindicaciones salariales de los campesinos y menestrales. Ello obligó a la monarquía, en las referidas cortes, a fijar el precio de los jornales de los trabajadores del campo y los salarios de los menesterales.


Todo ello provocó la disminución de las rentas señoriales y la petición al monarca de exenciones tributarias. En un sentido paralelo, la disminución de ingresos impidió a amplios sectores de la burguesía urbana hacer frente a los prestamos que debían de integrar a los prestamistas judíos.

En Navarra, el descenso demográfico provocado por las pestes de 1348 y 1362 fue de 78%. Esta caída vertiginosa se agravó como consecuencia de los brotes epidémicos que se produjeron también en 1381, 1383, 1384, 1386, 1411, etc. y de las guerras con Castilla en el siglo XV.
 

En Portugal, el retroceso demográfico, hizo que los campesinos se dirigiesen en masa a la ciudad, atraídos por los puestos de trabajo que habían quedado libres, lo cual provocó en el campo una grave crisis de mano de obra y un total descalabro demográfico de las zonas rurales. La peste negra marca el fin de la época agraria, y el comienzo del predominio de la ciudad; por otra parte, toma un extraordinario incremento el proceso de liberación del trabajador rural.
 

Las graves consecuencias de la epidemia fueron: despoblamiento, que debilita la defensa de los territorios de la Corona; defunción de relevantes personalidades de la vida política; disminución de las rentas públicas; fallecimiento de notarios, juristas, religiosos, y médicos; es decir hombres que por su profesión mantenían estrecho contacto con los enfermos; ocupación ilegal de bienes que han quedado sin propietario; saqueo de fincas deshabitadas; abandono de las labores del campo y de albergues y tierras sin herederos; casas abandonadas que amenazan ruina; regulación de salarios; matanza de Judíos, a los que se acusó de haber provocado las epidemias, y disposiciones legales para protegerlos; acusaciones por motivos semejantes contra peregrinos; concesiones de dispensas para contraer nuevas nupcias, existencia de numerosas entidades de población desocupadas; arriendos de mansos con una notable reducción de censos, concesiones de privilegios con la finalidad de atraer repobladores, legislación severa para obligar a concluir los contratos laborales establecidos con anterioridad a la peste y resistencia señorial al traslado de la población.


La despoblación fue mucho peor en el campo que en la ciudad, y sobre todo en las zonas montañosas. El éxodo hacia las grandes ciudades permitió a estas compensar las enormes pérdidas de población provocadas por una mayor facilidad en el contagio. Aunque es muy difícil establecer índices convincentes para cifrar la disminución demográfica, algunos estudios monográficos como el llevado a cabo para la plana de Vich por Antoni Pladevall, permiten constatar que en algunas comarcas catalanas la mortandad fue de casi dos tercios de la población.
 

En síntesis, pues, la peste negra de 1347 – 1351, constituye una de las mayores catástrofes demográfica que registra la historia de la humanidad. Contribuyó de manera poderosa a desencadenar o agravar, la crisis económica y social que vivió Europa desde mediados del siglo XIV hasta fines de la centuria siguiente; y en algunas zonas como Cataluña configuró la estructura de las sociedades agrarias que con pocas alteraciones perdurara hasta tiempos muy recientes.
Entre 1646 y 1665 la muerte negra amenaza de nuevo. La tragedia se propaga nuevamente por toda Europa. Esta afección que había tenido su primer brote en 1347 era ya conocida en todo el mundo como la peste o (muerte) negra, debido a las manchas pardas y negras que aparecían a consecuencia de las hemorragias subcutáneas. La medicina de la edad media había fracasado contra esta enfermedad. En Montpellier, la mayoría de los médicos murieron a causa de ella. Sin embrago, en los numerosos textos que se publicaban hablando de la epidemia, se daban también consejos útiles para combatirla. La experiencia con la plaga desencadenó discusiones acerca de la dispersión de las enfermedades. Frente a la teoría imperante hasta entonces de que la peste se transmitía por la descomposición de ciertas sustancias (miasmas) en el aire y en la materia, cada vez adquiría mayor numero de partidarios la tesis de la transmisión por agentes patógenos especiales. Las medidas preventivas y terapéuticas, como el empleo de fuego, el ahumado, la sangría o las dietas, se demostraron ineficaces. Las ciudades intentaban proteger con medidas de política sanitaria, como las cuarentenas a los barcos ya no en los puertos, sino mar adentro.
Se especuló mucho sobre la causa del los brote. Al principio la peste negra era entendida como un castigo de Dios por los pecados de la humanidad, pero con el paso de tiempo se fueron buscando causas más terrenales. Algunos creían que era responsable la corrupción del aire, con un invisible pero mortal miasma procedente del suelo y apuntaban que los recientes terremotos habían liberado vapores insalubres desde las grandes profundidades. Pero las pestilencias eran comunes en la vida medieval y renacentista y las viviendas humildes totalmente insalubres. Los mataderos de los carniceros y las zanjas de desagüe —que siempre preocupaban a las autoridades— eran muy impopulares cuando amenazaba la peste. Los cuerpos en descomposición de las víctimas, así como sus pertenencias y vestimentas eran temidos en especial. En las áreas urbanas pudientes, los magistrados desarrollaron formas de enfrentarse con la enfermedad, a pesar de la falta de conocimiento sobre sus verdaderas causas. Al igual que las normas para mejorar la higiene y el saneamiento, se ordenaron restricciones del movimiento de la gente y de las mercancías, el aislamiento de los infectados, o su retirada a hospitales periféricos (casas de apestados), enterramientos comunes (foso de pestosos) de las víctimas en cementerios extramuros sobrecargados y la quema de sus vestimentas. Como se creía que el aire infectado era nocivo, se utilizaban remedios populares como ramilletes de aromas dulces y la quema de especias e inciensos en los interiores. Ya avanzada la edad moderna, tras la introducción de las hierbas procedentes de las indias exóticas del Nuevo Mundo, se pensó que el consumo de tabaco era efectivo.
 

Los médicos que afrontaban las epidemias de peste adoptaron en esta época vestidos especiales para protegerse del contagio. Llevaban ropas largas y se cubrían completamente la cabeza. En la nariz se colocaban una especia de pico de ave rellena de algodones empapados en substancias aromáticas para evitar el supuesto contagio por inhalación.
En España el nuevo brote comenzó en los puertos de Andalucía, atacó gravemente a Valencia ocasionando cerca de 30.000 muertos, por lo que el Conde de Oropesa mandó formar "un cordón impenetrable". En Barcelona se instalaron horcas en las mismas puertas. Y en Sevilla murieron más de 200.000 personas, quedando prácticamente despoblada.
En 1665, en Londres, se produce la ultima epidemia devastadora. La epidemia llega a Mesina con las ratas, que son las transmisoras de la peste. En pocos días enferman los habitantes de la ciudad y de sus alrededores. A los seis meses, la mitad de la población ha muerto o ha huido para escapar del temible azote.

jueves, 2 de noviembre de 2017

MARGARITA PORETE Quemada viva por la Inquisición por su amor a Dios

MARGARITA PORETE Quemada viva por la Inquisición por su amor a Dios

MARGARITA PORETE Quemada viva por la Inquisición por su amor a Dios
Margarita Porete, o Marguerite Porrette, o la Porette, fue una mística francesa de la corriente de las beguinas, autora de El espejo de las almas simples, libro de mística cristiana centrado en la noción del amor divino
No sabemos casi nada de su vida, pero lo poco que sabemos revela una mujer extraordinaria.
Margarita Porete fue una joven beguina nacida a mediados del siglo XIII que dedicó su vida a escribir sobre el amor totalmente desinteresado hacia Dios. Margarita se unía a una de las corrientes místicas medievales que se basaba en un diálogo directo con Dios y en una exaltación de su amor sin condiciones. 

El 1 junio de 1310, en la plaza de Grève de París, donde actualmente está el Ayuntamiento, era quemada en la hoguera una joven beguina acusada de haber escrito y difundido mensajes heréticos.
MARGARITA PORETE Quemada viva por la Inquisición por su amor a Dios
Todos sus pensamientos, sentimientos y experiencias místicas los plasmó en un libro titulado El Espejo de las Almas Simples.

Con reflexiones profundas puestas en boca del Amor, el Alma o la Razón, Margarita ahondaba en la necesidad de dejarlo todo y no esperar nada en su camino de perfección.
MARGARITA PORETE Quemada viva por la Inquisición por su amor a Dios
En sus propias palabras: El Alma, convertida en nada, sabe todo y no sabe nada.

Las palabras de Margarita la llevarían primero a la excomunión y más tarde a la hoguera de la Inquisición. En su convencimiento de no estar cometiendo ningún acto contrario a la ortodoxia religiosa, Margarita desestimó las oportunidades que se le brindaron para retractarse de sus propias palabras, a las que fue fiel hasta su muerte.

En 1306, el obispo de Cambrai, Guido II, hacía quemar en la plaza pública de Valenciennes el Espejo, lo que suponía su prohibición bajo pena de excomunión. Más tarde fue la propia Margarita la que fue perseguida. Permaneció un año y medio en prisión. Durante este tiempo en que continuó creyendo en su inocencia, se negó a comparecer ante un tribunal eclesiástico.

A pesar de que algunos clérigos defendieron a Margarita, nada se pudo hacer para que en 1310 fuera entregada al brazo secular de la Inquisición quien la condenó a morir quemada viva, sentencia que se cumplía poco tiempo después.

Tras la condena y ejecución de Margarita, su libro no desapareció. Durante mucho tiempo aparecieron copias por distintos lugares de Europa sin apuntar su autoría. Tuvieron que pasar más de seis siglos para que en 1946 se identificara a Margarita como la autora de uno de los libros místicos más importantes de la Edad Media.